TAREAS PARA EL JUEVES 11 DE JUNIO
Lengua.
Leer el siguiente texto, un fragmento del inicio de "La historia interminable" de Michael Ende.
Fuera hacía una mañana fría y gris de noviembre, y llovía a cántaros. Las gotas
correteaban por el cristal y sobre las adornadas letras. Lo único que podía verse por la
puerta era una pared manchada de lluvia, al otro lado de la calle. La puerta se abrió de
pronto con tal violencia que un pequeño racimo de campanillas de latón que colgaba
sobre ella, asustado, se puso a repiquetear, sin poder tranquilizarse en un buen rato.
El causante del alboroto era un muchacho pequeño y francamente gordo, de unos diez u
once años. Su pelo, castaño oscuro, le caía chorreando sobre la cara, tenía el abrigo
empapado de lluvia y, colgada de una correa, llevaba a la espalda una cartera de
colegial. Estaba un poco pálido y sin aliento pero, en contraste con la prisa que acababa
de darse, se quedó en la puerta abierta como clavado en el suelo.
Ante él tenía una habitación larga y estrecha, que se perdía al fondo en penumbra. En
las paredes había estantes que llegaban hasta el techo, abarrotados de libros de todo tipo
y tamaño. En el suelo se apilaban montones de mamotretos y en algunas mesitas había
montañas de libros más pequeños, encuadernados en cuero, cuyos cantos brillaban
como el oro. Detrás de una pared de libros tan alta como un hombre, que se alzaba al
otro extremo de la habitación, se veía el resplandor de una lámpara. De esa zona
iluminada se elevaba de vez en cuando un anillo de humo, que iba aumentando de
tamaño y se desvanecía luego más arriba, en la oscuridad. Era como esas señales con
que los indios se comunican noticias de colina en colina. Evidentemente, allí había
alguien y, en efecto, el muchacho oyó una voz bastante brusca que, desde detrás de la
pared de libros, decía:
-Quédese pasmado dentro o fuera, pero cierre la puerta. Hay corriente.
-
El muchacho obedeció, cerrando con suavidad la puerta. Luego se acercó a la pared de
libros y miró con precaución al otro lado. Allí estaba sentado, en un sillón de orejas de
cuero desgastado, un hombre grueso y rechoncho. Llevaba un traje negro arrugado, que
parecía muy usado y como polvoriento. Un chaleco floreado le sujetaba el vientre. El
hombre era calvo y sólo por encima de las orejas le brotaban mechones de pelos
blancos. Tenía una cara roja que recordaba la de un buldog de esos que muerden. Sobre
las narices, llenas de bultos, llevaba unas gafas pequeñas y doradas, y fumaba en una
pipa curva, que le colgaba de la comisura de los labios torciéndole toda la boca. Sobre
las rodillas tenía un libro en el que, evidentemente, había estado leyendo, porque al
cerrarlo había dejado entre sus páginas el gordo dedo índice de la mano izquierda...
como señal de lectura, por decirlo así.
El hombre se quitó las gafas con la mano derecha, contempló al muchacho pequeño y
gordo que estaba ante él chorreando, frunciendo al hacerlo los ojos, lo que aumentó la
impresión de que iba a morder, y se limitó a musitar: -¡Vaya por Dios! -Luego volvió a
abrir su libro y siguió leyendo. El muchacho no sabía muy bien qué hacer, y por eso se
quedó simplemente allí, mirando al hombre con los ojos muy abiertos. Finalmente, el
hombre cerró el libro otra vez -dejando el dedo, como antes, entre sus páginas- y gruñó:
-Mira, chico, yo no puedo soportar a los niños. Ya sé que está de moda hacer muchos
aspavientos cuando se trata de vosotros..., ¡pero eso no reza conmigo! No me gustan los
niños en absoluto. Para mí no son más que unos estúpidos llorones y unos pesados que
lo destrozan todo, manchan los libros de mermelada y les rasgan las páginas, y a los que
les importa un pimiento que los mayores tengan también sus preocupaciones y sus
problemas. Te lo digo sólo para que sepas a qué atenerte. Además, no tengo libros para
niños y los otros no te los vendo. ¿Está claro?
Todo eso lo había dicho sin quitarse la pipa de la boca. Luego abrió el libro otra vez y
continuó leyendo.
El muchacho asintió en silencio y se dio la vuelta para marcharse, pero de algún modo
le pareció que no debía aceptar sin protesta aquel sermón, y por eso se volvió otra vez y
dijo en voz baja:
-No todos son así.
El hombre levantó despacio la vista y se quitó de nuevo las gafas.
-¿Todavía estás ahí? ¿Qué hay que hacer para librarse de ti, me lo quieres decir? ¿Qué
era eso tan importantísimo que has dicho?
-No era importante -respondió el muchacho en voz más baja todavía-. Sólo que... no
todos los niños son como usted dice.
-¡Vaya! -El hombre enarcó las cejas fingiendo asombro-. Entonces, tú eres sin duda una
excepción, ¿no?
El muchacho gordo no supo qué responder. Sólo se encogió ligeramente de hombros y
se volvió otra vez para irse.
Completar la historia escribiendo la continuación de la conversación entre el niño y el librero, utilizar diez oraciones, con punto y aparte entre ellas.
Matemáticas.
Copiar en el cuaderno y resolver.
1. Al anotar las temperaturas que había a las 12 del mediodía en Madrid durante 15 días han salido los siguientes resultados: 15,8 - 14,6 - 20,6 - 16,5 - 22,4 - 21,8 - 19,8 - 17,6 - 20,1 - 22,3 - 17,6 - 19,8 - 17,6 - 19, 8 - 18, 1 Halla la media, la moda y el rango. Representa las temperaturas en un diagrama de barras.
2. Utilizando una baraja española de 40 cartas, al sacar una carta, ¿cuál es la probabilidad de sacar un rey?, ¿cuál es la probabilidad de sacar una carta cuyo valor sea inferior a 5?, ¿cuál es la probabilidad de que la carta sea de oros?, ¿cuál es la probabilidad de que la carta sea una figura?
3. Coge un dado, tíralo veinte veces y vete anotando el resultado. ¿Qué resultado ha salido más veces? ¿Cuál resultado ha salido menos veces? Halla la media del valor de los resultados.
Repite la acción, es decir vuelve a tirar el dado otras veinte veces y vuelve a anotar los resultados y contesta a las preguntas anteriores. ¿Te ha salido lo mismo? ¿puedes dar una explicación a ello?
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