miércoles, 17 de junio de 2020

VÍDEO DE REPASO: LA MULTIPLICACIÓN

VÍDEO DE REPASO: LA MULTIPLICACIÓN

Este vídeo lo he grabado para aquellos que quieran o necesiten repasar algunos de los contenidos que ya hemos visto. Grabaré algún vídeo más sobre contenidos que no he explicado en vídeo para el que quiera repasar y lo iré poniendo en el canal de Youtube, también lo pondré en el blog para que sea fácil encontrarlo.


TAREAS PARA EL MIÉRCOLES 17 DE JUNIO

TAREAS PARA EL MIÉRCOLES 17 DE JUNIO

Lengua.


Leer el relato de Arthur Conan Doyle, un caso de Sherlock Holmes: "La aventura de la inquilina del velo"

Si se piensa en que Holmes permaneció ejerciendo activamente su profesión por espacio de veinte años, y que durante diecisiete de ellos se me permitió cooperar con él y llevar el registro de sus hazañas, se comprenderá fácilmente que dispongo de una gran masa de material. Mi problema ha consistido siempre en elegir, no en descubrir. Aquí tengo la larga hilera de agendas anuales que ocupan un estante, y ahí tengo también las cajas llenas de documentos que constituyen una verdadera cantera para quien quiera dedicarse a estudiar no solo hechos criminosos, sino los escándalos sociales y gubernamentales de la última etapa de la era victoriana. A propósito de estos últimos, quiero decir a los que me escriben cartas angustiosas, suplicándome que no toque el honor de sus familias o el buen nombre de sus célebres antepasados, que no tienen nada que temer. La discreción y el elevado sentimiento del honor profesional que siempre distinguieron a mi amigo siguen actuando sobre mí en la tarea de seleccionar estas memorias, y jamás será traicionada ninguna confidencia. He de protestar, sin embargo, de la manera más enérgica contra los intentos que últimamente se han venido haciendo para apoderarse de estos documentos con ánimo de destruirlos. Conocemos la fuente de que proceden estos intentos delictivos. Si se repiten estoy yo autorizado por Holmes para anunciar que se dará publicidad a toda la historia referente a cierto político, al faro y al cuervo marino amaestrado. Esto que digo lo entenderá por lo menos un lector.

No es razonable creer que todos esos casos de que hablo dieron a Holmes oportunidad de poner en evidencia las extraordinarias dotes de instinto y de observación que yo me he esforzado por poner de relieve en estas memorias. Había veces en que tenía que recoger el fruto tras largos esfuerzos; otras se le venía fácilmente al regazo. Pero con frecuencia, en esos casos que menos oportunidades personales le ofrecían, se hallaban implicadas las más terribles tragedias humanas. Uno de ellos es el que ahora deseo referir. He modificado ligeramente los nombres de personas y de lugares, pero, fuera de eso, los hechos son tal y como yo los refiero.

Recibí cierta mañana (a finales de 1896) una nota apresurada de Holmes en la que solicitaba mi presencia. Al llegar a su casa, me lo encontré sentado y envuelto en una atmósfera cargada de humo de tabaco. En la silla que caía frente por frente de él había una señora anciana y maternal, del tipo rollizo de las dueñas de casas de pensión.

–Le presento a la señora Merrilow, de South Brixton –dijo mi amigo, indicándomela con un ademán de la mano–. La señora Merrilow no tiene inconveniente en que se fume, Watson. Se lo digo por si quiere entregarse a esa sucia debilidad suya. La señora Merrilow tiene una historia interesante que contar. Esa historia puede traer novedades en las que sería útil la presencia de usted.

–Todo lo que yo pueda hacer…

–Comprenderá usted, señora Merrilow, que si yo me presento a la señora Ronder, preferiría hacerlo con un testigo. Déselo usted a entender antes de que nosotros lleguemos.

–¡Bendito sea Dios, señor Holmes! –contestó nuestra visitante–. Ella tiene tales ansias de hablar con usted, que lo hará aunque se haga usted seguir de todos los habitantes de la parroquia.

–Iremos, téngalo presente, a primera hora de la tarde. Es, pues, preciso que, antes de ponernos en camino, conozcamos con exactitud todos los hechos. Si les damos un repaso ahora, el doctor Watson podrá ponerse al corriente de la situación. Usted me ha dicho que desde hace siete años tiene de inquilina a la señora Ronder, y que en todo ese tiempo solo una vez le ha visto la cara.

–¡Y pluguiera a Dios que no se la hubiese visto! –exclamó la señora Merrilow.

–Tengo entendido que la tiene terriblemente mutilada.

–Tanto, señor Holmes, que ni cara parece. Esa fue la impresión que me produjo. Nuestro lechero la vio en cierta ocasión nada más que un segundo, cuando ella estaba curioseando por la ventana del piso superior, y cuál no sería su impresión, que dejó caer la vasija de leche y corrió por todo el jardincillo delantero. Ahí verá usted qué clase de cara es la suya. En la ocasión en que yo la vi la pillé desprevenida, y se la tapó rápidamente, y luego dijo: «Ya sabe usted, por fin, la razón de que yo no me levante nunca el velo.»

–¿Sabe usted algo acerca de su vida anterior?

–Absolutamente nada.

–¿Dio alguna referencia cuando se presentó en su casa?

–No, señor, pero dio dinero contante y sonante y en mucha cantidad. Puso encima de la mesa el importe de un trimestre adelantado, y no discutió precios. Una mujer pobre, como yo, no puede permitirse en estos tiempos rechazar una oportunidad como esa.

–¿Alegó alguna razón para preferir su casa?

–Mi casa está muy retirada de la carretera y es más recogida que otras muchas. Además, yo solo tengo una inquilina y soy mujer sin familia propia. Me imagino que había visitado otras casas y que la mía le resultó de mayor conveniencia. Lo que ella busca es vivir oculta, y está dispuesta a pagarlo.

–Ha dicho usted que jamás esa señora dejó ver su cara, salvo en esa ocasión y por casualidad. Pues sí, es la suya una historia extraordinaria, muy extraordinaria, y no me admiro de que desee hacer luz en ella.

–No, señor Holmes, yo no lo deseo. Me doy por satisfecha con cobrar mi renta. No es posible conseguir una inquilina más tranquila ni que dé menos trabajo.

–¿Y qué ha ocurrido entonces para que se haya lanzado a dar este paso?

–Su salud, señor Holmes. Me da la impresión de que se está acabando. Además, algo espantoso hay en aquella cabeza. «¡Asesino! –grita– ¡Asesino!» Y otra vez la oí: «¡Fiera! ¡Monstruo!» Era de noche, y sus gritos resonaban por toda la casa, dándome escalofríos. Por eso fui a verla por la mañana, y le dije: «Señora Ronder, si tiene usted algún secreto que conturbe su alma, para eso están el clero y la policía. Entre unos y otros le proporcionarían alguna ayuda.» Ella exclamó: «Nada de Policía, por amor de Dios. Y en cuanto al clero, no es posible cambiar el pasado. Y, sin embargo, me quitaría un peso del alma que alguien se enterase de la verdad antes que yo me muera.» «Pues bien –le dije yo–; si no quiere usted nada con la policía, tenemos a ese detective del que tanto leemos», con su perdón, señor Holmes. Ella se agarró a esa idea inmediatamente, y dijo: “Ese es el hombre que necesito. ¿Cómo no se me ocurrió jamás acudir a él? Tráigalo, señora Merrilow, y si pone inconvenientes a venir, dígale que yo soy la mujer de la colección de fieras de Ronder. Dígale eso y cítele el nombre de «Abbas Parva».” Aquí está como ella lo escribió: «Abbas Parva.» «Eso le hará venir si él es tal y como yo me lo imagino.»

–Me hará ir, en efecto –comentó Holmes–. Muy bien, señora Merrilow. Desearía tener una breve conversación con el doctor Watson. Eso nos llevará hasta la hora del almuerzo. Puede contar con que llegaremos a su casa de Brixton a eso de las tres.


Apenas nuestra visitante había salido de la habitación con sus andares menudos y bamboleantes de ánade, cuando ya Sherlock Holmes se había lanzado con furiosa energía sobre una pila de libros vulgares que había en un rincón. Se escuchó durante algunos minutos un constante roce de hojas y de pronto un gruñido de satisfacción, porque había dado con lo que buscaba. Era tal su excitación que no se levantó, sino que permaneció sentado en el suelo, lo mismo que un Buda extraño, con las piernas cruzadas, rodeado de gruesos volúmenes, y con uno de ellos abierto encima de las rodillas.

–Watson, este es un caso que en su tiempo me trajo preocupado. Fíjese en mis notas marginales que lo demuestran. Reconozco que no logré explicármelo. Sin embargo, estaba convencido de que el juez de investigación estaba equivocado. ¿No recuerda usted la tragedia de Abbas Parva?

–En absoluto, Holmes.

–Sin embargo, por aquel entonces vivía usted conmigo. Desde luego, también mis impresiones del caso eran muy superficiales, porque no disponía de datos en que apoyarme, y porque ninguna de las dos partes había solicitado mis servicios. Quizá le interese leer los periódicos.

–¿No podría señalarme usted mismo los detalles sobresalientes?

–Es cosa muy fácil de hacer. Ya verá cómo los recuerda conforme yo vaya hablando. El nombre de Ronder era, desde luego, conocidísimo. Era el rival de Wombwell y de Sanger, uno de los más grandes empresarios de circo de su tiempo. Hay, sin embargo, pruebas de que se entregó a la bebida y de que al ocurrir la tragedia se hallaban tanto él como su circo ambulante en decadencia. La caravana se había detenido para pasar la noche en Abbas Parva, pueblo pequeño del Berkshire, que fue donde ocurrió este hecho horrendo. Iban camino de Wimbledon y viajaban por carretera. Se limitaron, pues, a acampar, sin hacer exhibición alguna, porque se trataba de un lugar tan pequeño que no les habría compensado el trabajo.

»Entre las fieras que exhibían figuraba un magnífico ejemplar de león de África. Le llamaban el rey del Sahara, y tanto Ronder como su mujer tenían por costumbre realizar exhibiciones dentro de su jaula. Ahí tiene una foto de la escena. Verá por ella que Ronder era un cerdo corpulento, y su esposa una espléndida mujer. Alguien testimonió durante la investigación que el león había ofrecido síntomas de estar de humor peligroso, pero que, como de costumbre, la familiaridad engendra el menosprecio, y nadie hizo caso.

»Era cosa corriente que Ronder o su esposa diesen de comer al león por la noche. Unas veces lo hacía uno de ellos, otras, los dos juntos; pero nunca permitían que nadie más le diese de comer, creyendo que mientras fuesen ellos los que le llevaban el alimento, el león los consideraría como bienhechores suyos y no les haría ningún daño. La noche del suceso habían entrado los dos a darle de comer, y entonces ocurrió un suceso horrendo, pero cuyos detalles nunca se consiguió poner en claro.

»Parece que el campamento todo se despertó hacia medianoche por los rugidos del animal y los chillidos de la mujer. Todos los cuidadores y empleados acudieron desde sus tiendas corriendo, llevando linternas. A la luz de estas vieron un espectáculo terrible. Ronder yacía en el suelo, con la parte posterior del cráneo hundida y con señales de profundos zarpazos en el cuero cabelludo; a unos diez metros de distancia de la jaula, que estaba abierta. Cerca de la puerta de la jaula yacía la señora Ronder, de espaldas, con la fiera acurrucada y enseñando los dientes encima de ella. Le había destrozado la cara de tal manera que no se creyó que sobreviviría. Varios de los artistas del circo, encabezados por el forzudo Leonardo y por el payaso Griggs, acometieron a la fiera con pértigas, y el león dio un salto hacia atrás y se metió en la jaula, que aquellos se apresuraron a cerrar.

»Nadie supo cómo había quedado abierta. Se llegó a la suposición de que la pareja había intentado entrar en la jaula, pero que, en el instante en que fueron corridos los cierres de la puerta, el animal se lanzó sobre ellos de un salto. Ningún otro detalle de interés apareció en la investigación, fuera de que la mujer, en el delirio de sus atroces dolores, no cesaba de gritar: «¡Cobarde! ¡Cobarde!», cuando la conducían al carromato en que vivían. Transcurrieron seis meses antes que ella pudiera prestar declaración, pero se cumplieron debidamente todos los trámites, y el veredicto del jurado del juez de instrucción fue de muerte sobrevenida por una desgracia.

–¿Cabía otra alternativa? –pregunté yo.

–Tiene usted razón de hacer esa pregunta. Sin embargo, había un par de detalles que trajeron desasosiego a Edmunds, de la Policía de Berkshire. ¡Magnífico muchacho el tal Edmunds! Más adelante lo destinaron a Allahabad. Gracias a él me puse en contacto con el asunto, porque se dejó caer por aquí y fumamos un par de pipas hablando del mismo.

–¿Era un individuo delgado y de pelo rubio?

–Exactamente. Tenía la seguridad de que descubriría usted su pista inmediatamente.

–¿Y qué fue lo que le preocupaba?

–La verdad es que nos preocupó a los dos. Resultaba endiabladamente difícil reconstruir el hecho. Mírelo desde el punto de vista del león. Se ve en libertad. ¿Y qué hace entonces? Da media docena de saltos hacia delante para ir a caer sobre Ronder. Este se da media vuelta para huir, puesto que las señales de los zarpazos las tenía en la parte posterior de la cabeza; pero el león lo derriba. Entonces, en vez de dar otro salto y escapar, se vuelve hacia la mujer, que estaba cerca de la jaula, la derriba de espaldas y le mastica la cara. Por otro lado, los gritos de la mujer parecían dar a entender que el marido le había fallado de una u otra manera. ¿Qué pudo hacer el pobre hombre para socorrerla? ¿No ve usted la dificultad?

–Desde luego.

–Pero había algo más, que se me ocurre a mí, ahora que vuelvo a repasar el asunto. Algunas de las personas declararon que, coincidiendo con los rugidos del león y con los chillidos de la mujer, se oyeron gritos de terror que daba un hombre.

–Serían de Ronder, sin duda.

–Difícilmente podía gritar si estaba con el cráneo destrozado. Dos testigos, por lo menos, se refieren a gritos de un hombre mezclados con los de una mujer.

–Yo creo que para entonces estaría gritando el campamento entero. Por lo que se refiere a los demás puntos, creo que podría apuntar una solución.

–La tomaré muy a gusto en consideración.

–Cuando el león se vio en libertad, él y ella estaban juntos, a diez metros de la jaula. Ronder se dio media vuelta y fue derribado. La mujer concibió la idea de meterse dentro de la jaula y de cerrar la puerta. Era aquel su único refugio. Se lanzó a ponerla en práctica, pero cuando ya llegaba a la puerta, la fiera saltó sobre ella y la derribó. La mujer, irritada contra su marido, porque, al huir este, la fiera se había enfurecido. Si ambos le hubiesen hecho frente, quizá la hubiesen obligado a retroceder. De ahí sus estentóreos gritos de «¡Cobarde!»

–¡Magnífico, Watson! Su brillante exposición no tiene más que un defecto.

–¿Qué defecto, Holmes?

–Si ambos estaban a diez pasos de distancia de la jaula, ¿cómo llegó la fiera a encontrarse con la puerta abierta?

–¿No es posible que tuviesen algún enemigo y que este la abrió?

–¿Y por qué había de acometerlos de manera tan salvaje si estaba acostumbrada a jugar con ellos y a exhibir con ellos sus habilidades dentro de la jaula?

–Quizás ese mismo enemigo había hecho algo con el propósito de enfurecerlo.

Holmes permaneció pensativo y en silencio durante algunos momentos.

–Bien, Watson, hay algo que decir en favor de su hipótesis. Ronder era un hombre que tenía muchos enemigos. Edmunds me dijo que cuando estaba metido en copas era espantoso. Hombre corpulento y fanfarrón, maltrataba de palabra y obra a cuantos se le cruzaban en el camino. Yo creo que aquellos gritos de monstruo, de los que nos ha hablado nuestra visitante, son reminiscencias nocturnas del muerto querido. Sin embargo, todo esto no son sino cábalas fútiles mientras no conozcamos todos los hechos. Tenemos en el aparador una perdiz fría y una botella de Montrachet. Renovemos nuestras energías antes de que tengamos que exigirles un nuevo esfuerzo.

Cuando nuestro coche Hamson nos dejó junto a la casa de la señora Merrilow, nos encontramos a la rolliza señora cerrando con su cuerpo el hueco de la puerta de su morada humilde, pero retirada. Era evidente que su precaución principal era la de no perder una buena inquilina, y antes de conducirnos al piso superior nos suplicó que no dijésemos ni hiciésemos nada que pudiera provocar un hecho tan indeseable. Por fin, después de haberle dado toda clase de seguridades, nos condujo por la escalera, estrecha y mal alfombrada, hasta la habitación de la misteriosa inquilina.

Era un cuarto mal ventilado, angosto, que olía a rancio, como no podía menos, puesto que la ocupante no salía de él apenas. Por algo que parecía justicia del Destino, aquella mujer que tenía encerradas a las fieras en una jaula había acabado siendo como una fiera dentro de una jaula. Se hallaba sentada en un sillón roto, en el rincón más oscuro del cuarto. Los largos años de inactividad habían quitado algo de esbeltez a las líneas de su cuerpo, que debió de ser hermoso, y conservaba aún su plenitud y voluptuosidad. Un grueso velo negro le cubría el rostro, pero el borde del mismo terminaba justamente encima del labio superior, dejando al descubierto una boca perfecta y una barbilla finamente redondeada. Yo pensé que, en efecto, debió de ser una mujer extraordinaria. También su voz era de timbre delicado y agradable.

–Señor Holmes, usted conoce ya mi nombre –explicó–. Pensé que bastaría para que viniese.

–Así es, señora, aunque no acabo de comprender cómo sabe que yo estuve interesado en el caso suyo.

–Lo supe cuando, recobrada ya mi salud, fui interrogada por el detective del condado, el señor Edmunds. Pero yo le mentí. Quizás habría sido más prudente decirle la verdad.

–Por lo general, decir la verdad suele ser lo más prudente. ¿Y por qué mintió usted?

–Porque de ello dependía la suerte de otra persona. Era un ser indigno por demás. Yo lo sabía, pero no quise que su destrucción recayese sobre mi conciencia. ¡Habíamos vivido tan cerca, tan cerca!

–¿Ha desaparecido ya ese impedimento?

–Sí, señor. La persona a que aludo ha muerto.

–¿Por qué, entonces, no le cuenta usted ahora a la policía todo lo que sabe?

–Porque hay que pensar también en otra persona. Esa otra persona soy yo. Sería incapaz de aguantar el escándalo y la publicidad que acarrearía el que la policía tomase en sus manos el asunto. No es mucho lo que me queda de vida, pero deseo morir sin ser molestada. Sin embargo, deseaba dar con una persona de buen criterio a la que poder confiar mi terrible historia, de modo que, cuando yo muera, pueda ser comprendido cuanto ocurrió.

–Eso es un elogio que usted me hace, señora. Pero soy, además, una persona que tiene el sentimiento de su responsabilidad. No le prometo que, después que usted haya hablado, no me crea en el deber de poner su caso en conocimiento de la policía.

–Creo que no lo hará usted, señor Holmes. Conozco demasiado bien su carácter y sus métodos, porque vengo siguiendo su labor desde hace varios años. El único placer que me ha dejado el Destino es el de la lectura, y pocas cosas de las que ocurren por el mundo se me pasan inadvertidas. En todo caso, estoy dispuesta a correr el riesgo del empleo que usted pudiera hacer de mi tragedia. Mi alma sentirá alivio contándola.

–Tanto mi amigo como yo nos alegraríamos de oírla.

La mujer se levantó y sacó de un cajón la fotografía de un hombre. Saltaba a la vista que se trataba de un acróbata profesional, de magnífica conformación física. Estaba retratado con sus poderosos brazos cruzados delante del arqueado pecho, y con una sonrisa que asomaba por entre sus tupidos bigotes; la sonrisa engreída del hombre conquistador de mujeres.

–Es Leonardo –nos dijo.

–¿Leonardo, el forzudo que prestó declaración?

–El mismo. Y este otro es… mi marido.


Era una cara espantosa. La cara de un cerdo humano, o más bien de un jabalí formidable en su bestialidad. Era fácil imaginarse aquella boca repugnante, rechinando y echando espumarajos en sus momentos de rabia, y aquellos ojillos malignos proyectando sus ruindades sobre todo lo que miraban. Rufián, fanfarrón, bestia; todo eso estaba escrito en aquel rostro de gruesa mandíbula.

–Estos dos retratos les ayudarán, caballeros, a comprender esta historia. Cuando yo tenía diez años era ya una muchacha de circo, educada en el serrín de la pista y que saltaba por el aro. Cuando me convertí en mujer, se enamoró de mí este hombre, si a su lascivia se le puede dar el nombre de amor. En un mal momento me casé con él. Desde ese día viví en un infierno, y él fue el demonio que me atormentó. No había una sola persona en toda la compañía que no supiese cómo me trataba. Me abandonó para ir con otras. Si yo me quejaba, solía atarme y me azotaba con su fusta de montar. Todos me compadecían y todos le odiaban, pero, ¿qué podían hacer? Desde el primero hasta el último le temían. Porque era terrible en todo momento, pero llegaba a sanguinario siempre que estaba borracho. Una y otra vez fue condenado por agresión y por crueldades con los animales; pero tenía dinero abundante, y le importaban muy poco las multas. Los mejores artistas nos abandonaron, y el espectáculo empezó a ir cuesta abajo. Únicamente Leonardo y yo lo sosteníamos, con la ayuda del pequeño Jimmy Griggs, el payaso. Este pobre hombre no tenía muchos motivos para estar de buen humor, pero se esforzaba cuanto podía en evitar que todo se derrumbase.

»Leonardo entró entonces cada vez más íntimamente en mi vida. Ya han visto ustedes cómo era físicamente. Ahora sé cuán pobre era el espíritu encerrado en un cuerpo tan magnífico, pero, comparado con mi marido, parecía algo así como el ángel Gabriel. Me compadeció y me ayudó, hasta que nuestra intimidad sé convirtió en amor; un amor profundo, profundísimo, apasionado, con el que yo había soñado siempre, pero que nunca esperé sentir. Mi marido lo sospechó, pero yo creo que tenía tanto de cobarde como de bravucón, y que Leonardo era el único hombre al que temía. Se vengó a su manera, atormentándome cada vez más. Una noche mis gritos trajeron a Leonardo hasta la puerta de nuestro carromato. Aquella vez bordeamos la tragedia, y mi amante y yo no tardamos en comprender que no era posible evitarla. Mi marido no tenía derecho a vivir. Planeamos su muerte.

»Leonardo era hombre de cerebro astuto y calculador. Fue él quien lo planeó todo. No lo digo para censurarle, porque yo estaba dispuesta a acompañarle hasta la última pulgada del camino. Pero yo no habría tenido jamás el ingenio necesario para trazar aquel plan. Preparamos una clava (fue Leonardo quien la fabricó), y en la cabeza de la misma, hecha de plomo, aseguramos cinco largas uñas de acero, con las puntas fuera y de la misma anchura de la garra del león. Daríamos con ella a mi marido el golpe de muerte, pero, por las señales que quedarían haríamos pensar a todos que se la había producido el león, al que dejaríamos libre.

»La noche estaba negra corno la pez cuando mi marido y yo marchamos, según era nuestra costumbre, a dar de comer a la fiera. Llevábamos la carne cruda en un cubo de cinc. Leonardo estaba al acecho detrás de la esquina del gran carromato junto al cual teníamos que pasar antes de llegar a la jaula.

»Actuó con retraso; cruzamos por delante de él sin que descargase el golpe; pero nos siguió de puntillas, y yo oí el crujido que produjo la clava al destrozar el cráneo. Fue un ruido que hizo dar un vuelco de alegría a mi corazón. Corrí hacia delante y solté el cierre que sujetaba la puerta de la gran jaula del león.

»Y entonces ocurrió una cosa terrible. Quizás esté usted enterado de lo rápidos que son estos animales para recibir el husmillo de la sangre humana, y cómo esta los excita. Algún instinto extraño debió de hacer barruntar al león que un ser humano había muerto. Al descorrer yo el cerrojo saltó y se me vino encima en un segundo. Leonardo pudo salvarme. Si él se hubiese abalanzado sobre el león y le hubiese golpeado con la maza, habría podido hacerle retroceder. Pero se acobardó. Lo oí gritar aterrorizado y lo vi darse media vuelta y huir. En el mismo instante sentí en mi carne los dientes del león. Ya su aliento abrasador y sucio me había envenenado y apenas experimenté sensación alguna de dolor. Intenté apartar con las palmas de mis manos las tremendas fauces manchadas de sangre que lanzaban un vaho hirviente. Grité pidiendo socorro. Tuve la sensación de que todo el campamento se ponía en movimiento y conservo el confuso recuerdo de que un grupo de hombres, compuesto por Leonardo, Griggs y otros, me sacaron de debajo de las zarpas de la fiera. Ese fue, señor Holmes, por espacio de muchos meses fatigosos, el último de mis recuerdos. Cuando recobré la razón y me vi en el espejo maldije al león, ¡oh!, cómo lo maldije; no porque había destrozado mi hermosura, sino por no haberme arrancado la vida. Solo un deseo tenía, señor Holmes, y contaba con dinero suficiente para satisfacerlo. Este deseo era el de cubrirme el rostro de manera que nadie pudiera verlo, y vivir donde nadie de cuantos yo había conocido pudieran encontrarme. Eso era lo único que ya me restaba por hacer; y eso es lo que he venido haciendo. Convertida en un pobre animal que se ha arrastrado hasta dentro de un agujero para morir: así es cómo acaba su vida Eugenia Ronder.

Permanecimos sentados en silencio un rato, cuando ya la desdichada mujer había acabado de relatar su historia. De pronto, Holmes extendió su largo brazo y palmeó en la mano a la mujer con una expresión de simpatía como rara vez yo le había visto exteriorizar.

–¡Pobre muchacha! ¡Pobre muchacha! –decía–. Los manejos del Destino son, en verdad, difíciles de comprender. Si no existe alguna compensación en el más allá, entonces el mundo no es sino una broma cruel. ¿Y qué fue del tal Leonardo?

–Jamás volví a verlo ni a oír hablar de él. Quizá no tuve razón para llevar mi animosidad hasta ese punto. Quizás él hubiese amado a esta pobre cosa que el león había dejado, lo mismo que a uno de esos monstruos de mujer que exhibimos por el país. Pero no se puede hacer tan fácilmente a un lado el amor de una mujer. Aquel hombre me había dejado entre las garras de la fiera, me había abandonado en el momento de peligro. Sin embargo, no pude decidirme a entregarlo a la horca. Mi suerte me tenía sin cuidado. ¿Qué podía ser más angustioso que mi vida actual? Pero me interpuse entre Leonardo y su destino.

–¿Y ha muerto ya?

–Se ahogó el mes pasado mientras se bañaba cerca de Margate. Leí su muerte en los periódicos.

–¿Y qué hizo de su clava de cinco garras, detalle este el más extraordinario e ingenioso de toda su historia?

–No puedo decírselo, señor Holmes. Cerca del campamento había una cantera de cal que tenía en su base una profunda ciénaga verdosa. Quizás en el fondo de la misma…

–Bien, bien, la cosa tiene ya poca importancia. El caso ha quedado concluso.

Nos habíamos puesto en pie para retirarnos, pero algo observó Holmes en la voz de la mujer que atrajo su atención. Volviose rápidamente hacia ella.

–Su vida no le pertenece –le dijo–. No atente contra ella.

–¿Qué utilidad tiene para nadie?

–¿Qué sabe usted? El sufrir con paciencia constituye por sí mismo la más preciosa de las lecciones que se pueden dar a un mundo impaciente.

La contestación de la mujer fue espantosa. Se levantó el velo y avanzó hasta que le dio la luz de lleno, y dijo:

–¡A ver si es usted capaz de aguantar esto!

Era una cosa horrible. No existen palabras para describir la conformación de una cara cuando esta ha dejado de ser cara. Los dos ojos oscuros, hermosos y llenos de vida que miraban desde aquella ruina cartilaginosa, realzaban aún más lo horrendo de semejante visión. Holmes alzó las manos en ademán de compasión y de protesta, y los dos juntos abandonamos el cuarto.

Dos días después fui a visitar a mi amigo, y este me señaló con cierto orgullo una pequeña botella que había encima de la repisa de la chimenea. La cogí en la mano. Tenía una etiqueta roja, de veneno. Al abrirla, se esparció un agradable olor de almendras.

–¿Ácido prúsico? –le pregunté.

–Exactamente. Me ha llegado por el correo. «Le envío a usted mi tentación. Seguiré su consejo.» Eso decía el mensaje. Creo, Watson, que podemos adivinar el nombre de la valerosa mujer que lo ha enviado.

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martes, 16 de junio de 2020

TAREAS PARA EL MARTES 16 DE JUNIO

TAREAS PARA EL MARTES 16 DE JUNIO

Lengua.

Leer el relato breve de humor EL MAR Miguel Mihura (España, 1905-1977)

Cuando se dieron cuenta del olvido, todos lloraron como perros.

El pueblo entero gimió desconsolado. Aquello era la ruina. Era el hambre. Era la muerte. No era para menos. Veréis lo que pasaba, niños míos.

Aquel pueblecito pesquero era un verdadero pueblecito pesquero. En él solamente vivían, con sus mujeres, rudos pescadores de cachimba y barba; miles de pescadores que solamente ese oficio tenían: pescadores, marineros, gente de mar. En las tiendas del pueblo, como en todas las tiendas de los pueblos pesqueros, solamente vendían aparejos y redes y bidones de brea, y pies desnudos de pescadores, y palabras fuertes, envueltas, como bombones, en el papel de plata del aguardiente. Había también una preciosa playa llena de brisa, con casetas de baño preparadas para los veraneantes alegres. También había cangrejos, y mojama, y bacalao. (Pero el bacalao ya era algo caro). Había, en fin, de todo lo que hay en esos pintorescos pueblecitos de pescadores. Lo único que no había era mar. Se les había olvidado ponerlo. En el lugar donde debía estar el mar, había una montaña con pinos y gente debajo comiendo tortilla, que había salido quemada. No tenía mar aquel pueblo y el mar más próximo estaba a setecientos kilómetros de distancia. En Cádiz.

Cuando los pescadores de aquel pueblo se dieron cuenta de este olvido, lloraron como perros muertos. Aquello era la ruina. El hambre. El mausoleo. Los pescadores de aquel pueblo de pescadores sólo sabían pescar, y no podían porque no tenían mar y ni siquiera lo habían visto nunca.

Ya que el que hizo los pueblos, o el Gobierno, no se lo había puesto al lado, como debía, pensaron en hacerlo ellos por su cuenta. Toda el agua que había en los botijos y en las palanganas de la mañana la echaron en un hoyo que hicieron en el monte. Pero no salía bien el mar. Lo más difícil y lo que no podían conseguir era poner salada el agua. Esto era imposible.

Los pescadores se pasaban todo el día en las puertas carcomidas de las tabernas, sin saber qué hacer, muertos de hambre y de indignación. Y ni siquiera les quedaba el recurso de irse a cazar al campo, pues, como ya hemos dicho, aquello era un pueblo exclusivamente de pescadores.

Todas las tardes iban al muelle a ver si por casualidad les habían puesto ya el mar, con la misma ilusión y temor que van los niños al gallinero a ver si las gallinas han puesto un huevo. Pero no lo habían puesto. No lo ponían nunca…

¡Qué asco! ¡Qué asco!

Aumentaba el hambre. Miles de criaturas morían de inanición. Las mujeres daban aullidos de espanto. Era graciosísimo. Daba mucha risa aquello.

Nuevamente fue una Comisión de pescadores a charlar un rato con el ministro de Marina, que era el que tenía que poner el mar.

-Pónganos de una vez el mar, señor ministro, si es que nos lo va usted a poner. No podemos trabajar. Nos morimos de hambre.

-Por ahora es imposible -argüía el ministro-. Ya no nos queda mar. No tenemos ni una gota de agua de que disponer. Todo el mar que teníamos, lo hemos puesto ya en otros puertos de mar como el de ustedes.

-¿Y cómo no nos lo pusieron a nosotros, que somos los que más lo necesitamos? ¡Es intolerable!

-Sin duda fue algún olvido. El ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, con barba blanca, que hace los pueblos y las ciudades de todo el mundo, no puede estar en todos los detalles. Sufre, naturalmente, confusiones. Ya ve usted: cuando hicieron el mundo, que ya hace siglos, pusieron la Giralda en Monforte. Fue una gran equivocación que costó mucho rectificar. Tuvieron que quitarla de allí y llevarla a Sevilla, que es donde tiene que estar la Giralda. Si se hubiese quedado en Monforte, figúrese qué compromiso. Hacer todos los pueblos del mundo es muy difícil, caballeros. Hay que tener un poco de tolerancia.

-¡Pero es que esto es nuestra ruina! -gimieron.

-¿Por qué no le piden ustedes un poco de mar a Cádiz? Cádiz tiene mucho a los lados, y en la punta de San Felipe, también.

-Ya se lo hemos pedido, pero no nos lo quieren dar. Dicen que lo necesitan todo para echar dentro sus pescadillas y sus gambas.

-¡Qué lástima!

-Pónganos usted, por lo menos, un río. ¡Cinco o seis metros de río!…

Pero no hubo manera. No quería el hombre. Y entonces, cuatro de los más fuertes pescadores se fueron a América, que tiene mucho mar, y lo cogieron y lo fueron estirando, como el que desenrolla una alfombra, hasta que lo hicieron llegar a su playita.

¡Oh! ¡Qué júbilo! ¡Qué felicidad en todos los rostros! ¡El mar! ¡El mar! ¡El inmenso océano!…

Al principio, todo hay que decirlo, nadie tomaba en serio aquel mar. Hasta los peces se bebían toda el agua. Y por las noches venía gente de los pueblos próximos y lo cogían y se lo llevaban a sus casas metido en botellas y en tazones del chocolate. Quitaban las olas de encima y las metían debajo. Hacía mil diabluras… Y cuando, por la mañana, se levantaban los pescadores a verlo, se encontraban con que lo habían robado y tenían que ir por él a casa de los ladrones. Para evitar estos abusos, le tuvieron que hacer una tapia, rodeándolo. Y una vez hecha la tapia, los pescadores, tranquilos, empezaron a pescar. Pero, como pasa siempre con estas cosas, empezaron a ocurrir desgracias. Hubo naufragios. Mucha gente se ahogaba. Había abundantes tormentas. En fin, un horror de tragedias. Y, entonces, el tabernero del pueblo inventó una cosa para evitar todas estas tonterías. ¡Ya podía la gente bañarse lo que quisiera!… ¡Ya podía haber tormenta!… ¡Ya podía haber naufragios!… Con aquel invento ya no había peligros de ninguna clase.

El inventó consistía en asfaltar todo el mar. Y lo asfaltaron.

Quedó un mar repugnante.

Pero daba gusto pasear por él en carro.

Revista Gutiérrez, 15 junio, 1929

En el siguiente enlace encontrarás una páginas con enigmas, adivinanzas, juegos de percepción y mucho más. (Con soluciones)  Colección de enigmas, acertijos, juegos.

Matemáticas.

En esta página puedes resolver estos enigmas clásicos de lógica. Además en el mismo sitio puedes encontrar juegos matemáticos y más cosas. AULA DE PENSAMIENTO MATEMÁTICO. Enigmas.

lunes, 15 de junio de 2020

REPASO DE LA RESTA "LLEVANDO"

REPASO DE LA RESTA "LLEVANDO"

En este vídeo explico la forma de hacer la resta llevando. Aunque en sexto debería estar ya aprendida la resta llevando, a veces surgen dudas, o con la falta de práctica se pierde habilidad a la hora de resolverla. Con este vídeo quiero repasar y recordar la forma en que se resuelven de manera segura y sencilla las restas.


CORRECCIÓN DE LENGUA Y MATEMÁTICAS

CORRECCIÓN DE LENGUA Y MATEMÁTICAS

Actividades de Lengua.

Escribe cinco palabras que sean diptongo y cinco que sean hiato.
Diptongo: reinado, pariente, hacienda, nuestro, medios.
Hiato: días, teníamos, oír, había, parecía.
Escribe cuatro palabras que sean sustantivos, cuatro que sean adjetivos, cuatro que sean verbos, cuatro que sean adverbios y cuatro que sean determinantes.Sustantivos:cólera, invitación, Hudson, música.
Adjetivos: pavorosa, terribles, corrientes, populosa.
Verbos: acepté, podía, pescar, hicimos.
Adverbios: no, allí, completamente, suficientemente.
Determinantes: nuestro, algún, cualquier, aquel.

Operaciones del viernes.

operaciones

operaciones


TAREAS PARA EL LUNES 15 DE JUNIO

TAREAS PARA EL LUNES 15 DE JUNIO

Lengua.

Leer el siguiente texto, un cuento de humor de Enrique Jardiel Poncela, "Los vecinos del principal derecha".

Al llegar a mi patria, de regreso de la Argentina, hice lo que suele hacer todo el que se encuentra en mi caso: me instalé en un hotel y me dediqué a buscar un piso desalquilado.

Para un hombre con dinero, encontrar un piso desalquilado es cosa fácil. Yo traía mucho dinero de América y encontré rápidamente lo que necesitaba.
América había sido pródiga para mí. Es cierto que durante doce años trabajé furiosamente. Pero también es cierto que al cabo de los doce años de trabajo incesante, me hallé sin colocación y sin dinero. ¿Cómo volver a mi patria fracasado?
Una tarde paseaba por Palermo pensando esta triste cosa cuando tropecé con una gruesa cartera de cuero negro. La abrí; la cartera contenía una bolsita con diamantes y $150.000 en billetes. También contenía unas tarjetas y una cédula de identidad con el nombre y las señas de su dueño, pero como desde el primer momento había decidido quedarme la cartera, rompí las tarjetas y la cédula y procuré olvidar el nombre de aquel caballero, lo que logré enseguida, porque tengo una memoria fatal.
De este modo me hice rico en América. Y es que en América todo el que trabaja mucho acaba por hacer fortuna.
El cuarto que alquilé al llegar a mi patria era precioso. Lo decoré todo a mi gusto y comencé a vivir una vida sin preocupaciones, llena de molicie y de refinamiento. De vez en cuando invitaba a cualquier muchacha sin compromiso a pasar unos días en mi compañía, y cuando me sentía harto de su modo de reír o de su gesto al ponerse el pijama, la sustituía por otra. Este procedimiento de gustar el amor, como si fuese un piano de manubrio, es una de las bases en que durante años se ha sustentado la tranquilidad de los hombres solteros.
Pero una tarde, en esa hora romántica y húmeda del crepúsculo, estaba solo en casa, porque me hallaba en un momento de transición entre el piano pasado y el piano futuro. Alguien hizo sonar el timbre y como una tromba se me metió en casa una dama estrepitosamente perfumada con “gardenias pútridas”, de Lelong.
La dama atravesó el living–room, irrumpió en mi despacho y se dejó caer en uno de los sillones con la vista fija en el suelo, las cejas fruncidas y mordiéndose ligeramente el labio inferior.
La contemplé. Traía la cabeza destocada y se envolvía en un deshabillé de charmeuse  y terciopelo. Llevaba unos pendientes de ópalo y unas chinelas amaranto con los tacones rojos, iguales a los de los cortesanos de Luis XV. Era rubia, de un rubio frenético.
No quise romper el silencio porque, precisamente, al sentarse en el sillón, el deshabillé se había arrugado y dejaba al descubierto las dos piernas de la dama en una extensión suficiente para privar del habla a un orador famoso; cuanto más a mí, que hablo poquísimo. Detalle interesante: las medias que envolvían aquellas piernas prodigiosas eran de gasa, color “risa de sordo”.
Pero semejante situación no podía prolongarse. La dama alzó de pronto la cabeza y me dijo:
–Caballero: perdone usted esta intromisión. Soy la vecina del principal derecha. He tenido un feroz disgusto con mi marido y, llevada de la ira, me he ido de casa. Cuando he querido reaccionar estaba en la escalera. ¿Adónde ir así? Y se me ocurrió llamar en su piso. Si a usted le parece, charlaremos un rato, hasta que yo me tranquilice.
–Y es posible que usted consiga tranquilizarse, señora. Quien no podrá tranquilizarse seré yo mientras usted se obstine en mostrar enteramente la región de sus ligas.
La dama rectificó los pliegues de su deshabillé y me hizo de pronto esta pregunta insólita:
–¿Qué opina usted del amor?
–Creo –repuse para ayudarla en su propósito de quitarle tirantez a nuestra entrevista– que el amor es una especie de ascensor hidráulico; se le puede exigir que funcione bien durante cinco años; durante diez; durante quince; pero llega un momento en que se estropea y se niega a funcionar.
–¿Y entonces?
–Entonces, señora, hay que cambiar de ascensor o subir a pie; es inevitable.
La dama sonrió con esa sonrisa luminosa exclusiva de las personas inteligentes.
Luego se inclinó hacia mí, rodeó mi cuello con sus brazos y murmuró esta sola palabra:
–¡Ay!
Cuando una mujer suspira mientras rodea con sus brazos el cuello de un hombre, debe uno darse por enterado de que la dama tiene ganas de suspirar.
–Es usted capaz de enloquecer a cualquier mujer, amigo mío; sin embargo, nuestro amor es imposible. Yo lo sospecho: ¡imposible, sí!
Y se retorció un dedo, luego, dos; después, tres; y, al final, todos los dedos de la mano.
Entonces llamaron a la puerta.
–¡Mi marido!
–¿Usted cree?
Fui a abrir y, en efecto, entró el marido. Tenía un aire triste.
–Caballero –me dijo–. No me explique usted nada. Usted no tiene la culpa. ¡Ella ha sido la que ha venido aquí!… ¡Dios mío, qué vergüenza!
Rompió a llorar, me rogó un vaso de agua, y por tres veces le llevé coñac, tila y azahar.
Al volver yo al despacho me encontraba siempre al marido paseándose excitado, increpando a su mujer, y ésta tumbada en su silla, mirando la calle con gesto displicente.
Por fin, a las ocho de la noche, después de que efectué, trayendo agua, una agotadora labor de camello del desierto, decidieron volverse a su casa.
Ya en la puerta, el marido me estrechó enérgicamente las manos mientras me decía:
–Gracias, gracias…  Nunca olvidaré esto; nunca lo olvidaré.
Y se fueron.
Media hora después yo subía rápidamente la escalera y llamaba en el principal derecha. Nadie contestó a mis timbrazos. Entonces el portero, asomándose al hueco del ascensor, me advirtió que en el principal derecha no vivía nadie, pues el cuarto estaba desalquilado desde hacía seis semanas.
Esta noticia me produjo una gran contrariedad. Porque necesitaba hablar de nuevo con los vecinos del principal derecha para preguntarles si ellos habían visto por casualidad, una bolsita con brillantes que yo guardaba en el bargueño (3) de mi despacho y que había echado de menos al rato de marcharse de mi casa el matrimonio.
Escribir en el cuaderno un breve resumen del relaato.

 Matemáticas.

Resolver estos acertijos matemáticos. (Extraídos de la página Matemáticas recreativas.

1. El vendedor de naranjas
Un vendedor ambulante se propuso vender una cesta de 115 naranjas a razón de 10 monedas cada 5 naranjas. En el momento de la venta cambió de opinión e hizo un montón con las 58 naranjas más gordas y otro con las 57 más pequeñas. Las gordas las vendió a 5 monedas cada 2 naranjas y las pequeñas a 5 monedas cada 3 naranjas.
¿Era esto lo mismo que la intención primera?

2. El diablo y el campesino
Iba un campesino quejándose de lo pobre que era, dijo: daría cualquier cosa si alguien me ayudara. De pronto se le aparece el diablo y le propuso lo siguiente:
- Ves aquel puente, si lo pasas en cualquier dirección tendrás exactamente el doble del dinero que tenias antes de pasarlo. Pero hay una condición debes tirar al rió 24 pesos por cada vez que pases el puente.
Paso el campesino el puente una vez y contó su dinero, en efecto tenía dos veces más, tiro 24 pesos al río, y paso el puente otra vez y tenía el doble que antes y tiro los 24 pesos, paso el puente por tercera vez y el dinero se duplico, pero resulto que tenia 24 pesos exactos y tuvo que tirarlos al río. Y se quedo sin un peso. ¿ Cuánto tenia el campesino al principio?

3. La viejecita en el mercado
Una viejecita llevaba huevos al mercado cuando se le cayó la cesta.
- ¿Cuantos huevos llevabas? - le preguntaron,
- No lo se, recuerdo que al contarlos en grupos de 2, 3, 4 y 5, sobraban 1, 2, 3 y 4 respectivamente.
¿Cuantos huevos tenía la viejecita?

Juegos con las matemáticas: magia, historias, ingenia. Una página de juegos matemáticos muy entretenida. MATEMÁGICAS.

viernes, 12 de junio de 2020

RESOLUCIÓN DE PROBLEMAS DE ESTADÍSTICA Y PROBABILIDAD

RESOLUCIÓN DE PROBLEMAS DE ESTADÍSTICA Y PROBABILIDAD


En este vídeo resuelvo los problemas de estadística y probabilidad de ayer, comentando la forma de resolverlos y la utilidad de cada apartado de la estadística. 
Compara los resultados que has puestotú con los del vídeo.
Para poder aprender mejor lo que se explica en un vídeo debe verse con una hoja al lado en la que vas anotando lo que aparece en el vídeo explicativo.


TAREAS PARA EL VIERNES 12 DE JUNIO

TAREAS PARA EL VIERNES 12 DE JUNIO

Lengua.

Leer el siguiente texto, el relato "La esfinge" de Edgar Allan Poe.
Si quieres leer más relatos breves de autores clásicos, puedes seguir este enlace RELATOS BREVES.

Durante el pavoroso reinado del cólera en Nueva York, acepté la invitación de un pariente para pasar quince días con él en el retiro de su hacienda, a orillas del Hudson. Teníamos allí a nuestro alrededor todos los medios corrientes de esparcimiento veraniego, y entre vagar por los bosques, dibujar, pasear en bote, pescar, bañarnos, oír música y leer habríamos pasado el tiempo bastante agradablemente, si no fuera por las terribles noticias que nos llegaban todas las mañanas desde la populosa ciudad. No había día que no nos trajese nuevas del fallecimiento de algún conocido. Luego, como la mortandad fuera en aumento, nos hicimos a la idea de esperar a diario la pérdida de algún amigo. Terminamos por temblar ante la aproximación de cualquier mensajero. El mismo aire del mar parecía impregnado de olor a muerte. Aquel pensamiento paralizante llegó a apoderarse real y completamente de mi alma. No podía apartarlo de mi mente ni alejarlo de mis sueños. Mi anfitrión, de temperamento menos excitable, aunque tenía muy deprimido el ánimo, se esforzaba por levantar el mío. Su entendimiento acentuadamente filosófico no se dejaba afectar en ningún momento por irrealidades. Se mostraba suficientemente sensible a los objetos materiales del terror, pero sus sombras no le inspiraban la menor aprensión.

Sus esfuerzos por sacarme del estado de anormal abatimiento en el que había caído quedaron frustrados en gran medida por ciertos libros que encontré en su biblioteca. Eran éstos de tal carácter que podían hacer germinar a la fuerza cualquier semilla de superstición hereditaria que se hallase latente en mi pecho. Había estado leyendo aquellos libros sin su conocimiento y, por ello, con frecuencia no acertaba a explicarse las impresiones forzosamente impuestas a mi imaginación por obras de sus textos. Mi tópico favorito era la creencia popular en los presagios, una creencia que, en aquella época de mi vida, estaba casi seriamente dispuesto a defender. Sobre este tema sosteníamos largas y animadas discusiones; él, calificando de completa sinrazón la fe en tales cuestiones; yo, afirmando que el sentimiento popular brotado con absoluta espontaneidad, es decir, sin trazas visibles de sugestión, contenía los inconfundibles elementos de la verdad y era merecedor de todo respeto.

El hecho es que, poco después de mi llegada al cottage, me había ocurrido un incidente tan inexplicable y tan portentoso que bien podría habérseme excusado por considerarlo un presagio. Me espantó y me desconcertó tanto a la vez que transcurrieron muchos días antes de resolverme a comunicar la circunstancia a mi amigo.

Al caer la tarde de un día sumamente caluroso, estaba yo sentado con un libro en la mano junto a una ventana abierta que, a través de una larga perspectiva de las orillas del río, daba a una distante colina, cuya cara mas próxima a mí había sido despojada de la mayor parte de sus árboles por un corrimiento de tierras. Mis pensamientos habían estado vagando hacía rato desde el volumen que tenía ante mí hasta la lobreguez y la desolación de la vecina ciudad. Cuando levanté los ojos de las páginas, mi mirada cayó sobre la desnuda superficie de la colina y sobre un raro objeto, sobre un monstruo viviente de horrorosa conformación, que se abrió paso muy rápidamente desde la cima hasta el pie, para desaparecer al fin en el espeso bosque de abajo. Al principio cuando apareció aquel ser, dudé de mi cordura o por lo menos del testimonio de mis propios ojos y pasaron muchos minutos antes de que lograra convencerme a mí mismo de que yo no estaba loco, y de que aquello no era un sueño. No obstante, cuando describa al monstruo (que vi con claridad e inspeccioné con calma durante todo el tiempo de su avance), me temo que mis lectores opondrán más dificultades que yo a dejarse convencer.

Comparando el tamaño de aquella criatura con el diámetro de los grandes árboles junto a los cuales pasaba los pocos gigantes de la foresta que habían escapado a la furia del corrimiento de tierras-, deduje que era mucho mayor que cualquier barco de línea existente. Digo barco de línea porque la forma del monstruo sugería esa idea: el casco de uno de nuestros setenta y cuatro podría dar una idea muy aceptable de su contorno general. La boca del animal estaba situada en la extremidad de una probóscide de sesenta o setenta pies de largo y aproximadamente tan gruesa como el cuerpo de un elefante corriente. Cerca del nacimiento de esta trompa se veía una inmensa cantidad de pelo negro e hirsuto -más del que hubiesen podido proporcionar las pieles de veinte búfalos- y, proyectándose desde aquella pelambrera hacia abajo y lateralmente, surgían dos brillantes colmillos. no muy distintos de los de un jabalí, pero de dimensiones infinitamente mayores. Proyectadas hacia delante, paralelas a la probóscide, y a ambos lados de ella, había sendas varas gigantescas de treinta o cuarenta pies de largura, constituidas al parecer de cristal puro y formando dos prismas perfectos que reflejaban con magnífico fulgor los rayos del sol poniente. El tronco estaba conformado como una cuña con el ápice hacia tierra. Desde él se extendían dos pares de alas -cada una de cien yardas de largura aproximadamente-, un par encima del otro y ambos densamente cubiertos de escamas metálicas de unos diez o doce pies de diámetro cada una. Observé que las hileras superiores e inferiores de las alas estaban enlazadas por una potente cadena. Pero la principal peculiaridad de aquella horrible criatura era la representación de una calavera, que cubría casi toda la superficie de su pecho y que estaba trazada en un blanco deslumbrante sobre el oscuro 'campo del cuerpo, como si hubiese sido dibujado cuidadosamente por un artista. Mientras examinaba aquel animal terrorífico y más especialmente el aspecto de su pecho con una sensación de horror y espanto, con un sentimiento de desgracia próxima que no era capaz de reprimir con ningún esfuerzo de la razón, advertí que los enormes maxilares del extremo de la trompa se ensanchaban de repente. De ellos brotó un sonido tan fuerte y tan expresivo de dolor que sobrecogió mis nervios como un toque de difuntos y, mientras el monstruo desaparecía al pie de la colina, caí al suelo desvanecido.

Cuando volví en mí, mi primer impulso fue, por supuesto, contar a mi amigo lo que había visto y oído. Pero no sabría explicar bien el sentimiento de repugnancia que, al final, me impidió hacerlo.

Al fin, un atardecer, tres o cuatro días después del suceso, estábamos sentados juntos en la estancia desde la que yo, había visto la aparición -yo ocupando el mismo asiento junto a la ventana y él reclinado indolentemente en un sofá cerca de mí-. La asociación de lugar y tiempo me impulsó a darle cuenta del fenómeno. Me escuchó hasta el final. Al principio se rió de buena gana para adoptar enseguida una expresión extremadamente seria, como si mi insania fuese algo fuera de toda sospecha. En aquel instante volví a ver con toda claridad al monstruo, hacia el cual atraje la atención de mi amigo con un alarido de terror. Miró él ansiosamente, pero afirmó que no veía nada, aunque yo le iba señalando con minuciosidad el recorrido de aquel ser mientras se abría paso camino abajo por la desnuda cara de la colina.

Yo entonces me alarmé indeciblemente, pues consideraba aquella visión como un presagio de mi muerte o, peor aún, como anuncio de un ataque de locura. Me desplomé en la silla y durante unos instantes escondí mi rostro con las manos. Cuando descubrí los ojos, la horrible visión había desaparecido.

Mi anfitrión, sin embargo, había recobrado en cierta medida su aire calmoso y me preguntó sucintamente por la conformación del ser imaginario. Cuando le hube satisfecho por completo a este respecto, suspiró profundamente, como si se sintiera liberado de alguna carga intolerable y comenzó a charlar, con una calma que me pareció cruel, de varios puntos de filosofía especulativa que hasta aquel momento habían constituido tema de discusión entre nosotros. Recuerdo que insistió muy especialmente, entre otras cosas, en una idea. Decía que la principal fuente de error en todas las investigaciones humanas reside en el riesgo que corre el entendimiento al subestimar o sobrevalorar la importancia de un objeto, sólo por la estimación errónea de su propincuidad.

Por ejemplo, para apreciar debidamente -dijo- la influencia que sobre la humanidad ha debido de ejercer la difusión de la Democracia, podríamos considerar que la distancia de la época en que tal difusión pudo efectuarse, constituye un elemento en la apreciación. Y no obstante ¿puede usted nombrarme un filósofo que haya juzgado alguna vez digno de discusión ese aspecto en particular?

En este punto hizo una pausa que duró unos instantes, se dirigió luego a un estante de libros y sacó una sinopsis corriente de Historia Natural. Rogándome entonces que cambiara de asiento con él para así ver mejor los pequeños caracteres del volumen, ocupó mi sillón junto a la ventana y, abriendo el libro, reanudó su plática con el mismo tono de antes.

-Si no hubiera sido por su extrema minuciosidad al describir el monstruo -dijo-, nunca habría estado en condiciones de demostrarle lo que era. En primer lugar permítame leerle una descripción para escolares de la esfinge perteneciente al género Sphinx, familia de los crepusculares, orden de los lepidópteros, clase de los insectos. La descripción dice así:

«Cuatro alas membranosas cubiertas de pequeñas y coloreadas escamas de aspecto metálico; boca que forma una probóscide enrollada debida a la prolongación de los maxilares, sobre cuyos lados se hallan rudimentos de mandíbulas y palpos pilosos; alas inferiores adheridas a las superiores por pelos tiesos; antenas prismáticas en forma de porra prolongada; abdomen puntiagudo. La esfinge de la calavera ha causado a veces gran terror entre el vulgo por el tono melancólico del grito que emite y por el distintivo de la muerte que lleva en su coselete.»

Cerró el libro y se incorporó hacia adelante, colocándose exactamente en la misma postura que yo había adoptado cuando vi al "monstruo".

-¡Ah, aquí está! -exclamó luego-. Está volviendo a ascender la cara de la colina y admito que se trata de un ser de aspecto muy notable. Con todo, no es en absoluto tan grande ni tan distante como se lo imaginaba usted. Lo cierto es que, ahora que lo veo reptar subiendo por ese hilo que alguna araña ha tejido a lo largo de la hoja de la ventana, calculo que tendrá un dieciseisavo de pulgada de longitud como máximo y distará otro dieciseisavo de pulgada de la pupila de mi ojo.

Fijándote en el primer párrafo del relato:
Escribe cinco palabras que sean diptongo y cinco que sean hiato.
Escribe cuatro palabras que sean sustantivos, cuatro que sean adjetivos, cuatro que sean verbos, cuatro que sean adverbios y cuatro que sean determinantes.

Matemáticas.

Copiar en el cuaderno y realizar las siguientes operaciones:
a) 87,529 x 6,8 =
b) 24.673,625 : 0,73 =
c) 11 / 14 + 13 / 21 =
d) 3 / 5 + 5 / 7 - 3 / 10 =
e) 0,17 m3 + 4.580 dm3 + 0,0258 dam = (hallarlo en m3)
f) 0,025 kg + 257,6 dag + 15,765 cg = (hallarlo en gramos)
g) 8 % de 240 
h) 7 - ( 5 - 8 ) + 3 x 5 - 2 =
i) 6 - 2 / 3 x 5 =
j) Escribir como potencia de 10 estos números: 15.000 - 0,0035 - 800.000 - 0,00004

En la siguiente entrada voy a explicar con un vídeo los problemas de estadística y probabilidad de ayer.

jueves, 11 de junio de 2020

CORRECCIÓN DE PROBLEMAS Y UNA EXPLICACIÓN

CORRECCIÓN DE PROBLEMAS Y UNA EXPLICACIÓN


Corrección de problemas.

problemas 1 y 2

problemas 3 y 4




















Explicación de Lengua.

Al ver las respuestas del último formulario, en el que preguntaba sobre diptongos e hiatos, he comprobado que varios alumnos fallaban en las respuestas, por lo que he grabado una explicación que sirve de repaso. 
Ver el video explicativo sobre diptongos e hiatos.


Ciencias Sociales.

Todavía hay varios alumnos que no han hecho ninguna aportación al trabajo sobre Europa de Ciencias Sociales. Todavía estáis a tiempo hasta mañana si queréis que lo tenga en cuenta para la nota de la tercera evaluación.

TAREAS PARA EL JUEVES 11 DE JUNIO

TAREAS PARA EL JUEVES 11 DE JUNIO

Lengua.

Leer el siguiente texto, un fragmento del inicio de "La historia interminable" de Michael Ende.

Fuera hacía una mañana fría y gris de noviembre, y llovía a cántaros. Las gotas correteaban por el cristal y sobre las adornadas letras. Lo único que podía verse por la puerta era una pared manchada de lluvia, al otro lado de la calle. La puerta se abrió de pronto con tal violencia que un pequeño racimo de campanillas de latón que colgaba sobre ella, asustado, se puso a repiquetear, sin poder tranquilizarse en un buen rato. 
El causante del alboroto era un muchacho pequeño y francamente gordo, de unos diez u once años. Su pelo, castaño oscuro, le caía chorreando sobre la cara, tenía el abrigo empapado de lluvia y, colgada de una correa, llevaba a la espalda una cartera de colegial. Estaba un poco pálido y sin aliento pero, en contraste con la prisa que acababa de darse, se quedó en la puerta abierta como clavado en el suelo. 
Ante él tenía una habitación larga y estrecha, que se perdía al fondo en penumbra. En las paredes había estantes que llegaban hasta el techo, abarrotados de libros de todo tipo y tamaño. En el suelo se apilaban montones de mamotretos y en algunas mesitas había montañas de libros más pequeños, encuadernados en cuero, cuyos cantos brillaban como el oro. Detrás de una pared de libros tan alta como un hombre, que se alzaba al otro extremo de la habitación, se veía el resplandor de una lámpara. De esa zona iluminada se elevaba de vez en cuando un anillo de humo, que iba aumentando de tamaño y se desvanecía luego más arriba, en la oscuridad. Era como esas señales con que los indios se comunican noticias de colina en colina. Evidentemente, allí había alguien y, en efecto, el muchacho oyó una voz bastante brusca que, desde detrás de la pared de libros, decía: 
-Quédese pasmado dentro o fuera, pero cierre la puerta. Hay corriente. 
- El muchacho obedeció, cerrando con suavidad la puerta. Luego se acercó a la pared de libros y miró con precaución al otro lado. Allí estaba sentado, en un sillón de orejas de cuero desgastado, un hombre grueso y rechoncho. Llevaba un traje negro arrugado, que parecía muy usado y como polvoriento. Un chaleco floreado le sujetaba el vientre. El hombre era calvo y sólo por encima de las orejas le brotaban mechones de pelos blancos. Tenía una cara roja que recordaba la de un buldog de esos que muerden. Sobre las narices, llenas de bultos, llevaba unas gafas pequeñas y doradas, y fumaba en una pipa curva, que le colgaba de la comisura de los labios torciéndole toda la boca. Sobre las rodillas tenía un libro en el que, evidentemente, había estado leyendo, porque al cerrarlo había dejado entre sus páginas el gordo dedo índice de la mano izquierda... como señal de lectura, por decirlo así. 
El hombre se quitó las gafas con la mano derecha, contempló al muchacho pequeño y gordo que estaba ante él chorreando, frunciendo al hacerlo los ojos, lo que aumentó la impresión de que iba a morder, y se limitó a musitar: -¡Vaya por Dios! -Luego volvió a abrir su libro y siguió leyendo. El muchacho no sabía muy bien qué hacer, y por eso se quedó simplemente allí, mirando al hombre con los ojos muy abiertos. Finalmente, el hombre cerró el libro otra vez -dejando el dedo, como antes, entre sus páginas- y gruñó: 
-Mira, chico, yo no puedo soportar a los niños. Ya sé que está de moda hacer muchos aspavientos cuando se trata de vosotros..., ¡pero eso no reza conmigo! No me gustan los niños en absoluto. Para mí no son más que unos estúpidos llorones y unos pesados que lo destrozan todo, manchan los libros de mermelada y les rasgan las páginas, y a los que les importa un pimiento que los mayores tengan también sus preocupaciones y sus problemas. Te lo digo sólo para que sepas a qué atenerte. Además, no tengo libros para niños y los otros no te los vendo. ¿Está claro?  
Todo eso lo había dicho sin quitarse la pipa de la boca. Luego abrió el libro otra vez y continuó leyendo. 
El muchacho asintió en silencio y se dio la vuelta para marcharse, pero de algún modo le pareció que no debía aceptar sin protesta aquel sermón, y por eso se volvió otra vez y dijo en voz baja: 
-No todos son así. 
El hombre levantó despacio la vista y se quitó de nuevo las gafas.
 -¿Todavía estás ahí? ¿Qué hay que hacer para librarse de ti, me lo quieres decir? ¿Qué era eso tan importantísimo que has dicho? 
-No era importante -respondió el muchacho en voz más baja todavía-. Sólo que... no todos los niños son como usted dice. 
-¡Vaya! -El hombre enarcó las cejas fingiendo asombro-. Entonces, tú eres sin duda una excepción, ¿no? 
El muchacho gordo no supo qué responder. Sólo se encogió ligeramente de hombros y se volvió otra vez para irse. 

Completar la historia escribiendo la continuación de la conversación entre el niño y el librero, utilizar diez oraciones, con punto y aparte entre ellas.

Matemáticas.

Copiar en el cuaderno y resolver.
1. Al anotar las temperaturas que había a las 12 del mediodía en Madrid durante 15 días han salido los siguientes resultados: 15,8 - 14,6 - 20,6 - 16,5 - 22,4 - 21,8 - 19,8 - 17,6 - 20,1 - 22,3 - 17,6 - 19,8 - 17,6 - 19, 8 - 18, 1 Halla la media, la moda y el rango. Representa las temperaturas en un diagrama de barras.
2. Utilizando una baraja española de 40 cartas, al sacar una carta, ¿cuál es la probabilidad de sacar un rey?, ¿cuál es la probabilidad de sacar una carta cuyo valor sea inferior a 5?, ¿cuál es la probabilidad de que la carta sea de oros?, ¿cuál es la probabilidad de que la carta sea una figura?
3. Coge un dado, tíralo veinte veces y vete anotando el resultado. ¿Qué resultado ha salido más veces? ¿Cuál resultado ha salido menos veces? Halla la media del valor de los resultados.
Repite la acción, es decir vuelve a tirar el dado otras veinte veces y vuelve a anotar los resultados y contesta a las preguntas anteriores. ¿Te ha salido lo mismo? ¿puedes dar una explicación a ello?

miércoles, 10 de junio de 2020

CORRECCIÓN DE LENGUA Y MATEMÁTICAS

CORRECCIÓN DE LENGUA Y MATEMÁTICAS


Corrección de las actividades de Matemáticas y Lengua de ayer.

actividades matemáticas

actividades matemáticas y lengua

TAREAS PARA EL MIÉRCOLES 10 DE JUNIO

TAREAS PARA EL MIÉRCOLES 10 DE JUNIO

Lengua.


Leer el texto perteneciente a la novela Ivanhoe, de Walter Scott. Para leerlo o descargarlo puedes seguir el enlace anterior.

Hablaban ambos en anglosajón lenguaje que como ya hemos indicado sólo usaban las clases inferiores, a excepción de los soldados normandos y las personas destinadas al servicio de la nobleza feudal. 
—¡La maldición de San Witholdo caiga sobre esta desdichada piara! — dijo Gurth después de haber sonado infinitas veces la bocina para reunir los dispersos cochinos, que sólo contestaban a esta señal con sonidos igualmente melodiosos; pero a pesar de haber oído los llamamientos de su guardián, no por eso dejaron el suntuoso banquete que les ofrecían los fabucos y bellotas con que se cebaban y un lodazal en que se revolcaban deliciosamente.
—¡Sí; la maldición de San Witholdo caiga sobre ellos y sobre mí! ¡Si algún lobo de dos pies no me atrapa parte de la piara esta tarde, consiento en perder el nombre que tengo! ¡Por aquí, Fangs, por aquí! —gritaba a un perro grande, mestizo de mastín y lebrel, que corría como para ayudar a su amo a fin de reunir el insubordinado rebaño; pero entonces o por mal enseñado, o porque no llegase a comprender las señas de su amo y se dejara llevar de un ciego furor acosaba en distintas direcciones a los cerdos, y aumentaba el desorden, en lugar de remediarle. 
—¡El Diablo te haga saltar los dientes —continuó Gurth—, y que el padre del mal confunda al guardabosque que arranca a nuestros perros sus zarpas delanteras dejándolos inhábiles para hacer su deber! ¡Wamba, vamos; levántate y ven a ayudarme! Pasa por detrás de la montaña toma la delantera a mi ganado y entonces podremos llevarlos delante como corderillos. 
—¿De veras? —respondió Wamba sin mudar de posición—. He consultado a mis piernas acerca de tan delicado asunto, y una y otra son de parecer que no debo exponer mis pomposos vestidos al riesgo de mancharse en ese lodazal, pues eso sería un acto de deslealtad contra mi soberana persona y real guardarropa. Te aconsejo, Gurth, que llames nuevamente a Fangs y que abandones la piara a su destino; porque, sea que ella caiga en manos de una partida de soldados, de una bandada de contrabandistas o de una caravana de peregrinos, los animales confiados a tu custodia estarán mañana convertidos en normandos, y esta circunstancia será indudablemente un consuelo para ti. —¡Convertidos mis cerdos en normandos! Explícame ese enigma, porque no tengo bastante sutil el entendimiento ni tranquila la cabeza para adivinar misterios. 
—¿Qué nombre das a estos animales que gruñen y andan en cuatro pies? 
—¡El de cerdos, loco, el de cerdos! Y no hay loco que no diga otro tanto. 
—Cerdo es palabra sajona; mas cuando el cerdo está degollado,
chamuscado, hecho cuartos y colgado de un gancho como un traidor, ¿cómo le llamas en sajón? 
—Tocino. 
—¡Estoy encantado! Y no hay loco que no diga lo mismo, como tú indicaste hablando de la palabra cerdo. Pero como los normandos denominan tocino a estos animalitos, muertos o vivos, y los sajones sólo los llaman así cuando están muertos, se vuelven normandos en el momento en que se dan prisa a degollarlos para servir en los palacios en los festines de los nobles. ¿Qué piensas de esto, amigo Gurth? 
—Que es la pura verdad, tal como ha pasado por tu cabeza de loco. Sí; es una triste verdad. ¡Por San Dustán, que esto es ya insufrible! Apenas nos queda otra cosa que el aire que respiramos y creo que si los normandos nos dejan respirar, es con el sólo objeto de que sintamos la insoportable carga con que abruman nuestra humillada espalda! Los manjares más delicados y ricos son para sus mesas; para ellos son los recreos y goces, al paso que nuestra valiente juventud es reclutada para servir en sus ejércitos y en un país lejano, en el cual deja el esqueleto; de modo que apenas se encuentra una persona que pueda y quiera defender al desgraciado sajón. ¡Bendiga Dios a nuestro amo Cedric! Él ha sostenido siempre su rango como un verdadero sajón. Mas Reginaldo "Frente de buey" va a llegar a este país de un día a otro, y hará ver que Cedric se ha tomado tantas fatigas bien inútilmente. ¡Por aquí, por aquí! ¡Bien, Fangs, bien! ¡Has hecho perfectamente tu deber! ¡Al `fin se halla toda la piara reunida!
—Gurth, es preciso que me tengas por un verdadero loco, pues de otro modo no te atreverías a meter la cabeza en la boca del león. Si yo dijese a Reginaldo "Frente de buey" o a Felipe de Malvoisin una sola palabra de las que acaban de pronunciar tus labios, te evitaría el cuidado de conducir al pasto tu piara, porque te colocarían pendiente de la más alta rama de una encina, para que en ti escarmentasen los que se atreven a hablar mal de tan ilustres potentados. 
—¡Perro! ¿Serás capaz de hacerme traición, después de haberme puesto tú mismo en el caso de hablar en contra mía? 
—¡Hacerte traición! No; esa acción sería de un hombre cuerdo, y un loco no sabe hacer tan buenos servicios. Pero ¿qué cabalgata es la que viene hacia nosotros? Empezaba a sentirse a lo lejos el ruido que ocasionan las pisadas de varias caballerías reunidas. 
—¡Yo no me cuido de eso!—contestó Gurth, que veía reunida su piara, y que con el auxilio de su favorito Fangs la hacía entrar en una de las hermosas
alamedas que ya hemos descrito. 
—Quiero ver quiénes son esos caballeros: puede que vengan del país de las brujas a traernos algún mensaje del rey Oberón. 
—¡Mala fiebre te consuma! ¿Tienes ánimo para hablar de semejante cosa cuando nos vemos amenazados de una horrible tempestad? ¿No oyes el sordo ruido de los truenos a pocas millas de nosotros? ¿No has visto el brillante resplandor del relámpago, y la lluvia que empieza a desprenderse de las nubes? ¡En verdad que nunca vi más gruesas gotas! No se siente un pequeño soplo de viento, sino el melancólico ruido que hacen las encinas, y que es el más cierto presagio del furioso huracán. Quédate, si quieres continuar haciendo el discreto; pero créeme una vez por todas, y emprendamos el camino, porque va a hacer una noche muy poco a propósito para pasarla en el campo. Sintió Wamba toda la fuerza de este razonamiento, y acompañando a su camarada, se internó en el bosque después de haber cogido un enorme garrote que encontró al paso. El nuevo Eumeo, precedido por su gruñidora piara, marchó a largos pasos hacia la morada de su dueño.

Busca diez verbos en el texto y escribe con cada uno de ellos una oración de más de siete palabras.


Matemáticas.

Copia en el cuaderno y resuelve los siguientes problemas.
1. En los cines del centro comercial hay 8 salas, en cada sala hay 14 filas y en cada fila hay 16 butacas. Si cada entrada cuesta 9,25 euros, ¿cuánto dinero recaudan en el cine un sábado en que se llenen todas las salas en todas las sesiones si hay 3 sesiones?
2. Una familia formada por los padres y 3 hijos cogen el autobús para viajar, el billete de adulto cuesta 18,60 euros y el billete infantil (es el caso de los 3 hijos) 11,20 euros. Por ser familia numerosa les hacen un descuento del 20% ¿Cuánto les cuesta ir y volver?
3. Para levantar un muro están 3 trabajadores durante 8 horas ¿Cuánto tardarán entre 4 trabajadores? (dar el tiempo en horas y minutos). ¿¿Cuántos trabajadores serán necesarios para levantar el muro en 4 horas?
4. Luis tiene la mitad de la edad de su hermana Laura. Si entre los dos suman 18 años ¿cuántos años tiene cada uno?

Ciencias de la Naturaleza.

Leer las páginas 94 y 95 del libro y hacer un resumen en el cuaderno.


martes, 9 de junio de 2020

CORRECCIÓN DE PROBLEMAS Y FORMULARIO

CORRECCIÓN DE PROBLEMAS Y FORMULARIO

Corrección de problemas.



problemas 1 y 2

problema 3

















Formulario.



TAREAS PARA EL MARTES 9 DE JUNIO

TAREAS PARA EL MARTES 9 DE JUNIO

Lengua.


Leer la siguiente poesía de Federico García Lorca:
Nocturnos de la ventana.
1

Alta va la luna.
Bajo corre el viento.

(Mis largas miradas,
exploran el cielo.)

Luna sobre el agua.
Luna bajo el viento.

(Mis cortas miradas,
exploran el suelo.)

Las voces de dos niñas
venían. Sin esfuerzo,
de la luna del agua,
me fui a la del cielo.

2

Un brazo de la noche
entra por mi ventana.

Un gran brazo moreno
con pulseras de agua.

Sobre un cristal azul
jugaba al río mi alma.

Los instantes heridos
por el reloj... pasaban.

3

Asomo la cabeza
por mi ventana, y veo
cómo quiere cortarla
la cuchilla del viento.

En esta guillotina
invisible, yo he puesto
la cabeza sin ojos
de todos mis deseos.

Y un olor de limón
llenó el instante inmenso,
mientras se convertía
en flor de gasa el viento.

4

Al estanque se le ha muerto
hoy una niña de agua.
Está fuera del estanque,
sobre el suelo amortajada.

De la cabeza a sus muslos
un pez la cruza, llamándola.
El viento le dice "niña",
mas no puede despertarla.

El estanque tiene suelta
su cabellera de algas
y al aire sus grises tetas
estremecidas de ranas.

Dios te salve. Rezaremos
a Nuestra Señora de Agua
por la niña del estanque
muerta bajo las manzanas.

Yo luego pondré a su lado
dos pequeñas calabazas
para que se tenga a flote,
¡ay!, sobre la mar salada.

Las siguientes actividades se refieren a palabras que aparecen en la poesía anterior.
1. Escribir cinco palabras que sean un hiato (dos vocales juntas en una palabra que pertenecen a distinta sílaba) y cinco que sean diptongo (dos vocales juntas en una palabra que pertenecen a la misma sílaba.
2. Escribir cuatro palabras agudas y cuatro palabras llanas.
3. Escribir cinco palabras que sean sustantivos, cinco que sean adjetivos y cinco que sean verbos.
4. Escribir cinco oraciones en las que aparezcan en cada una de ellas tres palabras (sustantivo, verbo y adjetivo) que has escrito en el ejercicio anterior.


Matemáticas.

Copia en en cuaderno y realiza las siguientes operaciones:
a) 34.675,78 x 57,6 =
b) 75.426,97 : 6,4 =
c) 5 / 16 + 7 / 24 + 11 / 72 =
d) 13 / 15 - 7 / 20 =
e) 15 % de 468 =
f) 4 / 7 de 504 =
g) 8 elevado a 4 =
h) Raíz cuadrada de 64, raíz cuadrada de 100, raíz cuadrada de 10.000.
i) 2,5 hm + 0,17 km + 136,8 m =
j) 0,25 m2 + 128 dm2 + 23.578 cm2 =